Guerra con Hamás – Día 141

No sean pelotudos.

Parece que sin fútbol de por medio, no se entiende. Así que volvamos al fútbol: cuando en el Club Atlético Cabaret Juniors (aka Boca) saltan las vedettes (ocurre seguido) y el vestuario está que arde, los resultados futbolísticos no son buenos. Claro, porque si Riquelme no se habla con Palermo, menos le va a pasar la pelota y los goles no van a llegar.

En cambio, por ejemplo y de casualidad, recordarán a Los Camboyanos, aquel emblemático equipo de San Lorenzo de 1988, al que no le pagaban los sueldos, el que se llevaba las camisetas para lavarlas cada uno en su casa y demás. Se autodenominaron los camboyanos porque así, decían, se vivía en Camboya, donde tampoco tenían agua caliente para ducharse después del partido. Sin embargo, la unión de ese equipo lo llevó, con más ímpetu y ganas que fútbol, hasta la semifinal de la faquin Copa Libertadores. Un logro increíble para un club en esas condiciones.

Con esto quiero decir que el cantito famoso de «el pueblo, unido, jamás será vencido» es tan cierto como que yo soy de San Lorenzo. Y ayer empezaron a olvidarse de la importancia de estar unidos. Manifestaron en Kaplán, pleno Tel Aviv, como los 40 sábados antes del 7-10, pero con dos detalles: el primero es que cada manifestación tiene que tener autorización de la policía y ésta no la tenía; el segundo es que manifiestan ya no por los secuestrados (eso ocurrió en la Plaza de los Secuestrados, en otro lado) sino en contra del gobierno. Y de postre, intentaron cortar la autopista (como ya lo hicieron antes de la guerra) y la policía salió con los hidrantes para que todos se puedan sacar la foto de la víctima toda mojada. A mí eso no me conmueve. Tenemos una guerra en el Sur y soldados en el barro y la lluvia cuidando por nuestro bienestar. ¡Eso me conmueve!

Y lo que no se dan cuenta es que de eso lo único que causa, además de la división del pueblo que, en este momento clave de la historia, ayudar, no ayuda, es también que a Bibi eso en lugar de hacerlo reflexionar y levantarse un día y decir «bueno, está bien, renuncio», lo fortalece. ¿Por qué? Porque todos los votantes de Bibi, que son incondicionales y le dan siempre un piso de 33 mandatos sin importar el rival, se vuelven más firmes en su postura y lo apoyan aún más. Y los que andan girando indecisos y a veces votan Likud y a veces «otra cosa», no se convencen viendo a los manifestantes cortando las autopistas solo por exigir(!) que Netaniahu renuncie. Quizás hasta al contrario, porque puede parecer desubicado estar des-priorizando a los secuestrados en pos de «el mismo cantito de siempre».

Ni hablar que los que reclaman que Bibi se vaya no tienen ni idea de qué es lo que piensan que habría que hacer los demás «supuestos candidatos». No escuchás ni a Lapid ni a NADIE decir que lo que se hace está mal y que se debería hacer tal o cual cosa. Y si hay algún genio que sabe lo que hay que hacer y se lo guarda por si ganas las elecciones y queda como un salvador, y mientras tanto no le cuenta a nadie su movida milagrosa, entonces es un hijo de puta porque mientras escribo esto, más soldados caen muertos en Gaza.

Por lo tanto, si bien entiendo que a la gente, a todos, nos gusta expresarnos y protestar, creo que acá están en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y pidiendo lo equivocado. Le hacen el juego a Bibi y le aseguran el sillón del gobierno para rato. Primero lo primero, como les digo a mis hijos siempre.

Sean vivos. Sean como San Lorenzo de 1988.

Deja un comentario