Guerra con Hamás – Día 69

En estos días, en Israel, hay una desesperación por tener esperanza. Vemos a un alto mando de la segunda línea de Hamás diciendo que ellos deberían alinearse con la OLP (¡¿se acuerdan?!) y reconocer al estado de Israel para poner fin al conflicto. Y después escuchamos que en el mundo árabe se habla de que los grandes jefes de Hamás (Mashal, Hanye…) que están comodísimos en un hotel de Doha, Qatar, están furiosos con Sinwar (que sigue escondido en Gaza, suponemos) por la forma y la magnitud en que hizo el ataque del 7-10, por haber secuestrado mujeres y niños. Y que hay disidencias en la cúpula de Hamás sobre cómo seguir. Y en la prensa israelí no dejan de decir que se ven signos de quiebre en los terroristas en Gaza. Y vemos 70 de ellos salir con las manos en alto a rendirse y entregar sus armas. Y escuchamos que desde Estados Unidos dicen que los días de Sinwar están contados. Y vemos que hay panfletos en árabe que ofrecen 400 mil dólares por información sobre el paradero de Sinwar.

Y elegimos creer. Porque estamos realmente agotados. Porque queremos saber qué va a pasar. Porque queremos ver cual de todos los futurólogos tenía razón. Porque queremos empezar a ocuparnos de pelotudeces como «qué caro está el kilo de cuadril!» como era antes del 7-10. Porque esa es la vida que nos supimos ganar. Porque nosotros no estamos educados para el odio y la muerte. Y aunque esta guerra nos rasgó un poco la moral y quién más quién menos todos dijimos la frase «que los maten a todos» al menos una vez, en el fondo sabemos que no somos así y que lo que queremos es volver a hacer maratones de Netflix y que los soldados vuelvan a su casa a jugar a la playstation con sus amigos y que la única preocupación de sus novias es cuándo les van a proponer casamiento y no si van a volver vivos a casa.

Y pasó Januca y no vimos ningún milagro. Pero elegimos creer. Porque desde acá, lejos del frente, no nos queda otra.